Jeff the killer
El origen
de Jeff
El padre
de Jeff había conseguido un ascenso en el trabajo, y gracias al nuevo sueldo
decidió que la familia se mudaría a un nuevo vecindario de mejor posición.
Vivirían en una de esas casas grandes y bellas que muchos sueñan o envidian,
pero por lo pronto había que desempacar todo y Jeff y su hermano Liu no podían
quejarse.
Mientras
Jeff y Liu desempacaban todo, una vecina pasó a saludarles. “Hola, me llamo
Bárbara y vivo al otro lado de la calle. Solo vine a presentarme a mí y a mi
hijo.”, dijo la mujer, que inmediatamente llamó a su hijo tras ser saludada:
“¡Billy, ven a conocer a nuestros nuevos vecinos!”. Tímidamente, Billy se
acercó, saludó con un movimiento de mano y un “hola”, y salió corriendo a jugar
en el patio de su casa.
Poco
después, se abrió la puerta de la nueva casa y apareció la madre de Jeff:
“Mucho gusto. Yo soy Margaret, éste es mi marido Peter y esos dos son mis
hijos, Jeff y Liu.”. Bárbara respondió al saludo, Jeff y Liu se presentaron, y
entonces la mujer aprovechó para invitarlos al cumpleaños de su hijo. Jeff y su
hermano protestaron, pero Margaret los calló con la mirada, pidió perdón a
nombre de ellos y le dijo a Bárbara que sus hijos estarían encantados de ir al
cumpleaños.
“Mamá,
¿por qué nos haces ir a una fiesta infantil? Yo ya soy grande y me va a dar
vergüenza estar rodeado de niños”, dijo Jeff. Su madre respondió: “Hijo, recién
nos acabamos de mudar. Tenemos que agradarles a nuestros vecinos, y rechazar
una invitación es un poco pesado. Tú y tu hermano irán, eso no se discute”.
Con cara
de amargura, Jeff se va a su cuarto, cierra la puerta, y se tira boca arriba en
la cama. Se queda mirando al techo, pero de pronto siente algo extraño. No es
doloroso y sin embargo es desagradable, mas Jeff le resta importancia y lo deja
pasar.
A la
mañana siguiente, Jeff baja las escaleras, se sirve un plato de leche con
cereal y se sienta a comer con su hermano. Todo parece normal, pero de pronto
lo asalta la misma sensación extraña del día anterior, aunque esta vez más
fuerte, como un tirón ligeramente doloroso. Nuevamente ignora la sensación,
termina de desayunar y sale con su hermano a esperar el autobús.
En medio
de la espera, oyen venir a un chico en patineta, que salta a unos pocos
centímetros por encima de sus rodillas, cae cerca de ellos, Jeff exclama
“¡hey!, ¡¿qué diablos?!”, el chico se levanta, los mira, patea la patineta, la
agarra con ambas manos y camina hacia ellos.
Parece
tener once años (un año menos que Jeff), lleva una camiseta de Aeropostal y
unos jeans azules algo rasgados. “Bien, bien, bien. Parece que aquí hay algo de
carne nueva”, dice el chico de la patineta a Jeff y a su hermano, con un tono
de “amo del lugar” bastante irritante. Segundos después, aparecen dos chicos
más, uno bien delgado y el otro enorme para su edad.
— Bueno,
bueno, bueno, veo que son nuevos en el barrio y me gustaría presentarnos. Yo
soy Randy, el de ahí es Keith y ese otro es Troy. Ustedes son nuevos y no lo
saben, pero todos los niños de este barrio tienen que pagar un costo adicional
para el pasaje, si entienden a lo que me refiero ―dice el chico inicial (el de
la patineta) con tono amenazante y jactancioso.
Liu ha
empezado a enfadarse, y está bien parado, con los puños arriba, preparado para
romperle la cara al cretino monumental que tiene en frente. Sin embargo, de
pronto uno de los otros chicos le lanza (pasándoselo) un cuchillo a Randy.
— Yo
esperaba que colaboraran con nosotros, pero veo que tendremos que hacer todo a
las malas. —dijo Randy, usando la mano derecha para apuntarle con el cuchillo a
Liu, y la izquierda para urgarle los bolsillos y quitarle la billetera.
Mientras
ve la escena, Jeff siente una mezcla de ira y temor, pero de pronto la extraña
sensación lo asalta de nuevo, esta vez con mucha más fuerza: siente que su
cuerpo entero arde por completo, y entonces el miedo desaparece y avanza hacia
los abusivos, ignorando las advertencias de su aterrado hermano.
— Mira,
punkerito estúpido, o le devuelves la billetera a mi hermano, o yo te… —le dice
Jeff a Randy, temblando de ira.
Randy lo
mira con arrogancia, se mete la billetera al bolsillo y le dice, burlonamente y
con el cuchillo en la mano:
— ¿O tú
qué, bebesito? ¿Vas a llamar a tu mamita?
Jeff arde
de ira, sería capaz de morir en el intento por darle su merecido, pero Randy
insiste, y le dice mientras le pasa el cuchillo en frente de la cara, como
amenazándolo:
— Ooooh,
el niñito quiere que le devuelvan el dinero a su hermanita. ¿Qué harás si no lo
hago? ¿Me morderás?
En un
instante de agudeza y pérdida de control, y justo cuando Randy termina de
proferir las palabras anteriores, Jeff hace un movimiento velocísimo, le agarra
la muñeca, se la rompe (Randy grita como niña asustada), le quita el cuchillo,
ve que Troy y Keith intentan escapar, lanza a Randy contra el piso (haciendo
que se parta la nariz al chocar contra el pavimento), alcanza a Keith, lo
apuñala en el brazo, Keith grita, se saca el cuchillo y lo deja caer, cayendo
al piso y retorciéndose de dolor; entretanto, Roy sigue corriendo, pero Jeff lo
alcanza, le da una patada en la espalda y lo derriba, le cae a puñetazos en el
estómago, le escupe en la cara, y lo sigue golpeando, hasta que Roy vomita, y
entonces Jeff le revuelca la cara en el vómito y por fin lo deja.
Liu, que
ha estado mirando todo con enorme asombro, se acerca a Jeff y le pregunta:
“Jeff, ¿cómo?”. No dice más, está demasiado sorprendido. Por su parte, Jeff se
alza de hombros, respira hondo y, justo en ese momento, él y su hermano
escuchan venir al autobús, por lo que corren a toda velocidad para evitar ser
culpados y detenidos. Mientras se alejan corriendo, voltean a mirar y ven al
conductor del autobús, que se ha bajado y corre hacia Randy y los otros dos
heridos.
Posteriormente,
Jeff y Liu llegan tarde a la escuela, se inventan una excusa, se disculpan, y
se sientan a escuchar la clase. Parece que están absortos en lo que dice el
maestro, pero Liu no deja de recordar lo sucedido, y aunque está asombrado por
el poder de su hermano, no ve lo que pasó como algo anormal, pues cree que Jeff
simplemente quería protegerlo y se salió de control. Por su lado, Jeff está más
asombrado que su hermano; de hecho, está asustado de sí mismo, del poder que
tiene, y de esa perturbadora necesidad de lastimar a otros. Es algo que nunca
antes había experimentado: esa sensación, ese sentirse un dios al tener la
sangre de otro en la mano. ¿Cómo podía producirle satisfacción? ¿Es que acaso
guardaba odio, ira, o era simplemente malvado?
Cualquiera
que fuese la respuesta, Jeff había logrado liberarse de la extraña e incómoda
sensación que lo venía torturando desde que llegó al nuevo barrio; en todo ese
día la sensación no reapareció, y sus padres no supieron nada de lo sucedido.
No
obstante, a la mañana siguiente y antes de que saliera del cuarto a desayunar,
Jeff escuchó el timbre de la puerta. “Malditos policías”, pensó, y bajó con
desánimo y amargura, encontrándose a su madre y a dos oficiales.
— Jeff,
estos policías dicen que atacaste a tres niños, que los apuñaleaste y no fue
una pelea normal. ¿Es cierto eso? ¿Qué pasa contigo, hijo?
— Mamá,
esos niños eran pandilleros, eran unos delincuentes que intentaron robarle a mi
hermano —dijo Jeff, mirando al piso.
— Hijo,
eso no justifica lo que hiciste. Un chico tenía la muñeca rota y la cara
ensangrentada, el otro estaba lleno de moretones y había vomitado, y uno había
sido apuñalado en el brazo. Muchos testigos los vieron escapando. Llama a tu
hermano. Hay que ver qué se hace, porque lo que hicieron es grave. —dijo uno de
los policías.
Rápidamente,
Jeff pensó que podía decir que él y su hermano habían sido atacados primero,
pero no había pruebas de eso y además los vieron escapar. Era difícil la
situación, y además debía admitir que su hermano no hizo nada.
—
Escuchen, mi hermano es inocente. Yo hice todo solo, incluso mi hermano intentó
convencerme de que no hiciera nada, pero no le hice caso y me salí de control.
Cuando los
oficiales le escucharon decir eso a Jeff, se miraron entre sí con asombro.
Entretanto, Liu ya había bajado, estaba atrás de su madre y había escuchado a
Jeff declarar su inocencia; y sí, era inocente, pero no quería que Jeff fuese a
prisión. Toda la vida había sido un gran hermano, y ahora había arriesgado su
vida por él y por la justicia; entonces: ¿por qué no pagarle salvándolo de la
cárcel?, ¿podría ser tan malo ir a la cárcel? Liu decidió salvar a Jeff, y
camino a la cocina, mientras seguía la conversación:
— ¿Fuiste
tú? Bueno, hijo, es admirable la honestidad que tienes para admitirlo, pero la
ley es la ley y tendrás que ir un año a la prisión. —dijo el policía que habló
antes, y que era el que hablaba de los dos oficiales.
De pronto,
Liu aparece atrás, y exclama mientras sujeta un cuchillo en la mano derecha:
—
¡Esperen! ¡Fui yo, yo soy el culpable, yo hice todo!
Los
oficiales se asustan, piensan que el chico puede hacer algo y le apuntan con
sus armas.
— ¡No haré
nada, no disparen, por favor! Jeff es inocente, yo hice todo, él solo intenta
protegerme y por eso se culpa. Yo fui el que perdió el control porque me
golpearon. ¡Miren, miren mis marcas por favor! —Liu se levanta la camiseta y
les muestra heridas y moretones, que Jeff se pregunta cuándo, cómo y por qué se
hizo…
— Hijo,
baja el cuchillo —dijo el oficial que hablaba, y Liu obedeció la orden, levantó
las manos y se acercó a los policías.
— ¡No,
Liu, fui yo, yo lo hice! Oficiales, mi hermano quiere encubrirme pero yo hice
todo —dijo Jeff, con las lágrimas rodándole por las mejillas.
— ¿Tú? No,
Jeff, tú sabes que fui yo. Por favor, déjame asumir mi responsabilidad, lo
necesito para estar en paz —dijo Liu, con tono de súplica y convencimiento, y
mientras se entregaba a los policías, para ya no complicar más las cosas.
— ¡Liu,
diles que yo hice todo, has que lo sepan! —gritó Jeff desesperado, mientras su
madre le ponía las manos en los hombros.
La
patrulla se aleja con Liu adentro, y Jeff llora desconsoladamente, todavía más
cuando su madre intenta consolarlo diciéndole que ella sabe que fue Liu…
Minutos después, llega el padre de Jeff, y se detiene al ver en la entrada a su
esposa y a su hijo: la una con cara de preocupación y pesar, el otro con los
ojos rojos de tanto llorar y lágrimas secas en las mejillas.
“Hijo,
¿qué tienes?, ¿por qué llorabas?”, pregunta a Jeff su padre, pero él tiene las
cuerdas vocales tensas por el llanto y no responde. La madre de Jeff,
haciéndole a su esposo un gesto de que adentro le explicará todo, entra con él
y cierra la puerta: Jeff se queda afuera, voluntariamente.
Media hora
después, Jeff abre la puerta de su casa y ve que todavía su madre y su padre
siguen en la mesa, ambos con caras de tristeza y decepción. Evita mirarlos a
los ojos, sube las escaleras, va a su cuarto, se tira en la cama, recuerda a su
hermano, y llora de nuevo, hasta quedarse dormido…
Cuando
Jeff despierta, todavía tiene todo el problema en la mente. Quiere estar mejor
y no puede: hay una sensación espantosa en su corazón, es como si lo estuvieran
comprimiendo, y como si tuviera veneno y una estaca clavada. Así, la semana
pasa sin que Jeff sepa nada de Liu, y sin que encuentre más compañía que el
remordimiento, la amargura y la tristeza.
Llegado el
sábado, Jeff despertó con unos toques en el hombro: era su madre, que sonreía
como si Cristo hubiera regresado al mundo…
— ¡Jeff,
anímate, hoy es el día!
Jeff no
pudo evitar una leve sonrisa al ver el entusiasmo de su madre, pero después
recobró su desánimo:
— ¿El día?
¿Qué día?
— El
cumpleaños de Billy, ¿acaso lo olvidaste?
— Pero si
mi hermano está en la cárcel, ¿cómo voy a querer ir, mamá? Estoy deprimido,
necesito dormir y estar solo.
— Te
entiendo; pero, si te quedas, solo lograrás ponerte peor. Necesitas despejarte
un poco. Allí van a haber niños felices, dulces, emparedados de atún, torta.
Anda, ve y vístete.
Jeff se
levanta, camina como un zombi hacia el armario, elige algo sin pensarlo, y baja
al baño para vestirse y arreglarse. Abajo está su padre, leyendo el periódico
con una ropa costosa y formal. Su madre ha elegido un estilo semejante y lleva
uno de sus mejores vestidos. “¿Qué cojones les pasa? ¿Ropa formal para ir al
cumpleaños de un niño?”, piensa Jeff para sus adentros, y se dispone a entrar
al baño cuando su madre le dice:
— Hijo,
¿acaso piensas ponerte ese adefesio? ¿Qué quieres que piensen de nosotros los
vecinos? Anda, ve y ponte otra cosa.
Jeff pone
cara de amargura, sube, y regresa con un terno, no para contentar a sus padres,
sino como un gesto de ironía, que piensa excusar como descuido si le reclaman.
“Mucho mejor”, le dice su padre al verlo, y Jeff sonríe mientras se sienta con
sus padres y piensa para sus adentros: “¿Mucho mejor? Ya ni ironías
distinguen”. Después su madre mira el reloj, dice que es tarde y que hay que
salir, y entonces todos salen.
Cuando
llegan y Bárbara los recibe, Jeff ve que solo hay adultos y viejos en aquella
sala, pero Bárbara le dice que los niños están en el patio, y lo invita a
conocerlos y a jugar con ellos: Jeff va, pero solo por educación.
Al salir,
Jeff ve un montón de niños corriendo de un lado a otro, vestidos como vaqueros,
y disparándose con pistolas de agua.
— Oye,
¿por qué no juegas con nosotros? Mi equipo está perdiendo la guerra,
necesitamos más gente para ganar. Ten, usa esta pistola —le dice un niño amable
a Jeff, ofreciéndole una pistola de agua completamente cargada.
— Mmmm, no
sé, es que ya estoy grande y me da vergüenza hacer cosas de niño —dice Jeff,
tratando de no hacer sentir mal al pequeño.
— Ya, di
que sí, por favor. Hazlo y te doy este chocolate —le dice el niño, mostrándole
un chocolate sin abrir, y que al parecer había tomado furtivamente de la mesa
de los adultos.
— Está
bien —dice Jeff, algo enternecido por la actitud del niño.
Al
principio, cuando recién se colocó el sombrero, Jeff solo fingía disparar y
hacía todo como un robot; pero después, viendo a los niños que corrían como
locos, que hablaban de cosas como “asaltar la base del enemigo” o “capturar al
jefe”, se contagió un poco del entusiasmo y le puso animo al juego, en parte
porque le permitía distraer su mente de lo sucedido con Liu.
Por
aproximadamente una hora, Jeff volvió a divertirse con la alegría de un niño,
olvidando por momentos que toda la guerra de vaqueros estaba en su imaginación.
Sin embargo, de pronto escuchó un ruido de ruedas sobre el pavimento, y se
detuvo en seco. “No aquí, no se atreverán”, pensó Jeff, equivocándose porque
sí, sí se atrevieron: saltaron la valla (que no era tan alta) en sus patinetas,
y se pararon en el jardín, en medio de los niños, frente a él… Eran Randy, Troy
y Keith, y habían vuelto para vengarse.
Algunos
niños dejaron de jugar ante la irrupción de los extraños, pero otros
continuaron el juego como si nada hubiese pasado. Randy miraba a Jeff
fijamente, con odio:
— Hola,
Jeff, tú y yo tenemos algo pendiente. Creo que yo y mis amigos te subestimamos
ese día, pero ahora sí conocerás nuestro poder. —dijo Randy mirándolo con
rencor, y con la nariz aún algo mal por lo sucedido ese día.
Jeff se
quita el sombrero, deja caer el arma de juguete y le dice con rabia:
— Mi
hermano está en la cárcel por culpa de ustedes. Ya estamos a mano, ya no jodan
más. ¿Acaso no les importan todos estos niños? ¡Son unas mierdas!
Sin perder
la autoconfianza, Randy lo mira y responde:
— La
mierda eres tú, Jeff. ¿Crees que puedes ganarnos? Somos los reyes de este
lugar. ¡Ahora sí te patearemos el culo!
Después de
decir eso, Randy se lanza descontroladamente sobre Jeff. Ambos caen al suelo, y
Randy le rompe la nariz de un puñete, pero Jeff lo toma de las orejas, le da
cabezazos en la cara, y lo empuja fuertemente, alejándolo. Ambos se ponen de
pie, prestos a seguir el combate, mientras los niños gritan y corren donde sus
padres.
Troy y
Keith, que hasta el momento no habían intervenido, sacan dos pistolas reales de
sus bolsillos y gritan, amenazando para que nadie interrumpa la venganza.
Entretanto, Randy saca un cuchillo y se lo clava a Jeff en el hombro. Jeff
grita y cae de rodillas, cosa que Randy aprovecha para patearle la cara: una,
dos, tres, y antes de la cuarta patada, Jeff le agarra el pie, se lo tuerce y
lo hace caer. Con Randy en el suelo, Jeff aprovecha para entrar a la casa, e
intenta correr hacia la puerta, pero Troy lo agarra del cuello, le dice
“¿necesitas ayuda?”, y lo lanza al patio, alejándolo de la puerta.
Cuando
Jeff intenta levantarse tras ser lanzado por Troy, Randy le da una patada en el
estómago, y vuelve a hacerle lo mismo cada vez que intenta levantarse, hasta
que comienza a toser sangre. “¡Vamos, Jeff, pelea conmigo!”, le dice Randy al
verlo en ese estado, y después lo lanza a la cocina, ya desalojada por los
adultos, que corrieron al saber que Troy y Keith tenían pistolas.
En la
cocina, Randy toma una botella de vodka y la rompe en la cabeza de Jeff.
“¡Pelea!”, exclama Randy con crueldad, lanzándolo hacia la sala de estar.
Viendo a Jeff tirado y abatido, se le acerca y dice:
— Vamos,
Jeff, ¡mírame, mírame, marica!
Jeff
levanta la mirada, y lo observa con el rostro ensangrentado.
— ¡Yo hice
que tu hermano fuera a prisión! ¡Anda, gusano, levántate! ¿Acaso dejarás que tu
hermano se pudra en la cárcel? ¡Ven, castígame, haz justicia!
Por un
momento se le nubla la vista, pero Jeff se sobrepone al abatimiento y exclama:
—
¡Deberías avergonzarte! ¡Rata ladrona y fumona, basura callejera!
La cara de
Jeff enrojece de ira, la fuerza va regresando a él, empieza a levantarse,
mientras Randy lo contempla y continúa provocándolo:
— ¡Por
fin, al fin la nena quiere luchar! ¡Arriba, pelea como hombre! —dice
Randy y, humillándolo aún más, le escupe: una, dos, tres, cuatro, cinco veces…
Jeff, que
acaba de recibir el quinto escupitajo de Randy, que tiene la cara ensangrentada,
el hombro con una cortadura, el cuerpo lleno de golpes, está sintiendo que la
ira ha llegado a poseerlo de una manera espectacular: no se trata de intensidad
ni de cantidad, se trata de profundidad. Es algo que le perfora la mente, pasa
por su corazón, y llega hasta su alma, llenándola de humo negro,
oscureciéndola, haciéndolo sentir como algo mucho peor que una bestia: un
demonio. Sí, en ese preciso instante la extraña sensación lo visita de nuevo,
mucho más fuerte que cualquiera de las veces anteriores. No, ya no es solo ira:
algo en él ha despertado, y ríe, se deleita ante la posibilidad de hacer todo
el daño posible a Randy, ante la perspectiva de verlo retorcerse de agonía,
vencido por su poder.
— ¡¿De qué
te ríes?! ¡Anda, bastardo, dime de qué te ríes! —dice Randy con
desesperación, viendo que Jeff empieza a reír a carcajadas.
“Me río de
tu futuro”, dice Jeff, y ágilmente, con una fuerza que Randy no sabe de dónde
sacó, lo toma del pie, lo hace caer, se pone encima de él y le da con el puño
un golpe de martillo, justo en el corazón. El golpe es contundente, poderoso, y
el corazón de Randy se para momentáneamente. Randy intenta tomar aire,
desesperadamente trata de respirar, y en ese instante Jeff ve un martillo que
ninguno de los dos había advertido. El martillo está cerca, y Jeff se levanta
corriendo, lo toma, ve que Randy sigue en el piso, y le da con todas sus
fuerzas en el estómago, haciéndolo gritar y pedir piedad con la voz ahogada.
Después le rompe las rodillas, los brazos, le machaca las manos; cuando ve que
está perdiendo la conciencia, le destroza las costillas para que el dolor lo
despierte, y finalmente empieza a golpearle la cabeza, lo suficientemente duro
como para que pueda morir, pero no lo suficientemente duro para que muera con
un solo golpe.
Cuando
termina su obra sangrienta, Jeff mira alrededor y ve que algunos niños están
llorando, mirándolo desde las ventanas junto a sus padres. Troy y Keith le
apuntan con sus armas: ni ellos mismos entienden bien por qué dejaron morir a
Randy, pero ahora creen que es hora de matar a Jeff, aunque están turbados y
fallan los disparos, mientras Jeff sube las escaleras y se encierra en el baño,
donde toma el estante de la toalla, arrancándolo de la pared.
A estas
alturas, la Policía ya debería haber llegado, pero todavía no aparece ningún
policía y todo sigue su atroz curso.
Troy y
Keith han gastado todas sus balas, así que cogen cuchillos y suben al baño.
Tumban a patadas la puerta y Troy entra primero, intentando apuñalar a Jeff,
que lo esquiva y lo golpea en la cara con el estante, empleando todas sus
fuerzas, neutralizándolo. Keith es más ágil, y esquiva los golpes de Jeff, pero
comete el torpe error de dejar caer el cuchillo, para agarrar a Jeff por el
cuello y empujarlo contra la pared, haciendo que un recipiente con lejía,
ubicado en un estante, se caiga y vierta su contenido, quemándolos a ambos
combatientes.
Ambos
gritaron, y cuando Jeff se secó los ojos, tomó de nuevo el estante de la toalla
y golpeó a Keith en la cabeza. Keith ahora parecía derrotado, y yacía ahí,
tirado y sangrante, pero sin embargo empezó a reírse macabramente.
— ¿Cuál es
el chiste? ¡De qué te ríes! —preguntó Jeff, desesperado e irritado.
— ¿Qué no
ves? Ambos tenemos lejía, pero tú encima estás bañado en alcohol. ¡Hhaahahahahahaahhaah,
hahahahaahhaah! —río Keith, y sacó un pequeño encendedor, topando con la llama
a Jeff.
Jeff
empezó a gritar. El alcohol había hecho que el fuego lo cubriese por completo,
y mientras tanto la lejía lo blanqueaba. Salió en llamas, rodó por las
escaleras, la gente gritó al verlo envuelto en fuego, y caer en el piso,
agonizante.
Pese a
todo, algunos acudieron a socorrerlo con agua por pedido de su madre, que
estaba allí y fue lo último que vio antes de perder el conocimiento.
Cuando
Jeff recobró la conciencia, muchas cosas habían pasado: tenía yeso en toda la
cara, no podía ver, tenía otro yeso en un hombro, puntos por todo el cuerpo.
Estaba en cama, pero no sabía que tenía un tubo en un brazo, hasta que intentó
levantarse, cayó, y una enfermera acudió a ayudarlo. “No creo que pueda
levantarse aún, necesita reposar”, le dijo la enfermera a Jeff, que obedeció y
permaneció varias horas acostado y despierto hasta que llegó su madre:
— Cariño,
¿te sientes mejor? —le preguntó su madre, pero siguió hablando al ver que su
hijo no podía decir nada— Te tengo una buena noticia: Liu va a ser liberado.
Los testigos de lo que pasó en la fiesta hablaron con la Policía. Ahora sí
creen que tu hermano es inocente. ¡Lo verás mañana! ¿no te alegra?
Jeff no
podía hablar, pero movió el dedo índice de su mano derecha en señal de
asentimiento, después su madre lo abrazó, se despidió y se fue.
Durante
las siguientes dos semanas, Jeff fue visitado por muchos miembros de su
familia. Todos se mostraban compadecidos a pesar de la atrocidad que había
hecho, seguramente porque las infamias de los tres pandilleros en la fiesta
fueron lo que más impacto tuvo: eran ellos los monstruos, Jeff solo era un
chico con problemas que estalló en un momento de extrema tensión; al menos, eso
era lo que la mayoría pensaba.
Cuando por
fin llegó el día en que le habrían de quitar las vendas a Jeff, todos los
miembros cercanos de su familia estaban allí, acompañándolo, queriendo ser lo
primero que viese, queriéndole decir que, a pesar de todo, ellos seguían a su
lado. “Ojalá suceda lo mejor”, dijo el médico antes de quitar las vendas
que cubrían el rostro de Jeff.
La madre
de Jeff gritó asustada al verle el rostro, y su padre y Liu lo miraban con
miedo. Ahora ya había recobrado la visión, aunque no tenía un espejo para
comprender el porqué de tanto temor:
— ¿Qué
pasa? ¿Qué tengo? ¿Por qué me ven así? —dijo Jeff preocupado
Nadie le
respondía, estaban tan impresionados que no eran capaces de proferir palabra
alguna. Desesperado ante el silencio de su familia, Jeff se levantó bruscamente
de la cama, corrió por el pasillo hasta llegar al baño, y cerró la puerta con
cerrojo.
Encerrado
en el baño, Jeff se miró al espejo y vio con horror el monstruo en que se había
transformado: sus labios, derretidos por el fuego, eran una profunda y grotesca
sombra roja; su piel estaba blanca, tan blanca como tiza, o como lápida de
cementerio; su pelo estaba negro, sucio y chamuscado. Se tocó la cara, su piel
parecía cuero de vaca. Quería llorar pero no podía: tenía las lágrimas
congeladas en el pecho, o convertidas en piedra, para ser más preciso. “¿Éste
soy yo?, ¿este monstruo soy yo?, ¿acaso siempre he sido esto?”, se dijo Jeff,
mirando su reflejo con mezcla de asco y terror.
Tras
terminar de contemplarse, Jeff abrió la puerta del baño y vio que su familia
estaba ahí afuera: los vio sin decir nada y se volvió a mirar en el espejo.
“Jeff, no te ves tan mal, puede arreglarse”, le dijo Liu, intentando
consolarlo. Jeff se volteó, y sonriendo dijo: “¿No me veo tan mal?, ¿no me veo
tan mal?… ¡es perfecto!”.
Todos
miraban a Jeff con asombro y pena, pensando que su nuevo aspecto lo había
trastornado todavía más. Al verlos así, Jeff comenzó a reírse, cada vez más,
hasta que estalló en sonoras carcajadas, pero sus manos temblaban y sus padres
lo notaron.
— Jeff,
¿estás bien? —le dijo su padre, compadecido.
— ¿Qué si
estoy bien? ¡Nunca he sido tan feliz! ¡Hahahahahhahhahahahahahaha! Este rostro
sí me queda. No sé de qué se asombran, siempre he tenido esta cara. —dijo Jeff,
con un tono que mostraba locura.
Jeff
siguió riendo, su padre miró a Liu y a su esposa, les hizo una señal de que
debían dejarlo solo, y entonces los tres se retiraron, sin decir palabra
alguna. Las carcajadas de Jeff se oían por todo el piso del hospital,
retumbaban a espaldas de sus padres y de Liu. Durante la pelea con Randy, algo
cambió para siempre en la mente de Jeff. Fueron momentos de gran tensión, en
que su psique sufrió un impacto irreparable y su cerebro perdió el equilibrio
químico. Y encima de eso, ahora su rostro estaba como el de un monstruo, y eso
disparó un proceso psicológico que llevó a Jeff a identificarse con su lado
oscuro. Ya era un psicópata de verdad, pero su familia aún no lo sabía.
“Doctor,
¿cree que mi hijo esté mentalmente trastornado? Mírelo cómo se ríe, yo creo que
necesita ser tratado por psicólogos y psiquiatras. ¿Qué piensa?”, preguntó la
madre de Jeff al médico que lo trató. El médico bajó la cabeza, se acarició el
mentón mientras reflexionaba unos momentos, y después alzó la vista y
respondió: “Le recomiendo que no se preocupe tanto. Mire, señora, ese
comportamiento de su hijo es bastante común en pacientes que han sido sometidos
a grandes cantidades de calmantes para el dolor. A Jeff tuvimos que aplicarle
abundantes cantidades, pero no se preocupe, que los efectos desaparecen en un
par de semanas. He visto casos peores que el de su hijo y siempre ese efecto de
los calmantes desaparece con el tiempo. Cuando el paciente sigue trastornado es
por otra cosa y no por los calmantes, pero eso casi nunca pasa. En todo caso,
puede traer aquí a Jeff si sigue mal después de unas semanas. Ahí sí tendremos
que hacerle exámenes psicológicos, pero dudo que sea necesario”. La mujer se
tranquilizó con las palabras del médico, le agradeció y fue a buscar a Jeff.
“Jeff,
hijo, ya tenemos que irnos a casa. Todo va a estar bien, te dejaremos descansar
y te ayudaremos a recuperarte. Ven, vamos”, le dice a Jeff su madre. Jeff solo
la mira y, antes de ir a ver su ropa (estaba con traje de paciente de
hospital), se limita a decir: “Ay, mamá, ¡hahahahahahhahahhahaha!”
Una vez
que Jeff se puso unos pantalones negros y una sudadera blanca, fue a casa y
allí subió hasta su habitación. Su madre se despidió cariñosamente y lo dejó
solo, sin saber lo que ocurriría después…
En efecto,
esa misma noche, a eso de las doce, la madre de Jeff despertó al escuchar algo
en el cuarto de baño. Sonaba como cuando alguien llora mucho y hace sonidos de
lamento, y la mujer se preocupó al creer que Jeff estaba en una de sus crisis.
Entonces salió de la cama sin levantar a su esposo, y caminó sigilosamente para
no despertar a nadie y evitar ser advertida por quien estaba en el baño;
incluso, se desplazó pegada a la pared (para que el ocupante no la viera en el
espejo o directamente), ya que vio que la puerta estaba abierta, pues la luz
amarillenta del baño caía sobre el suelo.
Estando
junto al marco de la puerta del baño, la madre de Jeff se asomó discretamente y
vio algo horrendo: era Jeff, que había tomado un cuchillo y se había cortado
las mejillas, dibujándose una sonrisa como la del Guasón.
“¡Jeff,
¿qué haces?! ¡Deja de cortarte! ¡Por favor!”, exclamó la madre de Jeff,
aterrada y queriendo llorar. Entonces Jeff deja caer el cuchillo en la lavacara
ensangrentada, mira a su madre y dice: “Ya no podía sonreír, mamá. El dolor no
me dejaba sonreír. Esto fue muy difícil, pero ahora estaré sonriendo siempre,
eternamente”. Mientras escuchaba la delirante respuesta de Jeff, su madre
notaba que sus ojos estaban rodeados de negro, que no tenían párpados: era
grotesco.
“¡Jeff,
tus ojos! ¡Mira tus ojos! ¡¿Qué has hecho?!”, exclamó la mujer, sumida en una
aguda desesperación. Nuevamente, Jeff responde en forma demencial: “No podía
ver mi rostro, no lo soportaba. Mis ojos siempre se cerraban cuando me veía,
pero me harté y me quemé los párpados. Oooooh, ¡ahora siempre veré mi nuevo
rostro, ahora jamás volverá a estar todo negro! ¡Negro, mamá, negro!”. La mujer
lo mira mientras se le humedecen los ojos, y empieza a retroceder, atemorizada.
“¿Qué
pasa, mamá?, ¿no soy bello?”, dice Jeff a su madre, viéndola alejarse. “Claro
que lo eres, hijo, solo voy a buscar a tu padre para que vea tu nuevo aspecto”,
dice ella y después corre y cierra la puerta de su habitación, temiendo que
Jeff pueda incluso matarla.
— ¡Mi
amor, despierta, tu hijo se ha vuelto loco! —dice la madre de Jeff a su esposo,
zarandeándolo para que despierte.
— ¿Qué
tienes?, ¿por qué no me dejas dormir?
— ¡Jeff
tiene un cuchillo y está loco!, ¡tienes que sacar el arma ya, aunque sea para
evitar que nos mate!
— Ni creas
que mataré a mi hijo, eres tú la que está loca. A ver, voy a sacar esa pistola
para dispararle en la pierna si se pone demasiado violento. Pero cálmate, ¿no
ves que lo pondrás peor si te pones así?
Jeff está
fuera, escuchando todo al otro lado de la puerta. Está fuera de sí, ha tenido
puras pesadillas sangrientas y siente la necesidad de destruir:
— Papáaaa,
papáaaa, mami me dijo que era bello y ahora tiene miedo. ¿Tú también tienes
miedo? ¿No soy bello? ¿Por qué quieren matarme?
— Nadie te
matará, hijo, por favor suelta ese cuchillo. Nosotros te ayudaremos, tienes que
calmarte.
— Pero
mami me mintió, papá: ¿no ves que tiene miedo? Ella cree que soy un monstruo,
ella me ve como un monstruo. ¿Tú también, verdad?
— Nosotros
te amamos, hijo, nunca te veríamos como un monstruo.
— La
pistola, carga la pistola —susurra la madre de Jeff, nerviosa.
—
¿Pistooola? ¿Quién dijo “pistola”? ¡Mienten, quieren matarme! ¡Asesinos,
asesinos! ¿Creen que soy feo, verdad? ¡Hahahahahaha, hahhaahha! ¡Jeff está
muerto, Jeff está muerto! ¿Qué hicieron con él? ¡¿Qué hicieron con él?!
— ¡Por
favor! —grita el padre de Jeff, nervioso y tratando de controlar el enojo
que le causa la actitud de su hijo.
— ¿Por
favor? ¡Hahahahah, hahahahah, hahahahah! ¡Por favor nada! ¡Mami me mintió!
Jeff
empieza a patear la puerta mientras ríe, y su padre está desesperado porque no
encuentra las balas de la pistola: al parecer, en algún momento de esa noche,
Jeff había entrado sigilosamente al cuarto, había sacado las balas pues sabía
que estaban en el cajón del velador, y se había deshecho de ellas. Ahora ya
terminó de tumbar la puerta, sus padres gritan, su padre le arroja una lámpara
pero Jeff lo esquiva, le lanza el cuchillo en la barriga, lo patea, golpea a su
madre y la tumba, y entonces comienza un grotesco espectáculo que es mejor no describir,
pero que termina cuando Jeff eviscera a sus padres y esparce las vísceras por
la habitación.
Debido a
todo el ruido y a los gritos, Liu se había despertado, pero tenía tanto sueño
que se volvió a dormir sin preocuparse de lo que ocurría. Ahora despertó
nuevamente porque sentía que alguien lo observaba. Lleno de somnolencia, abre
los ojos y mira hacia arriba: era Jeff, con su nuevo y monstruoso rostro.
Por un
momento, Liu pensó que todo era una pesadilla, hasta que sintió la mano de Jeff
en su boca, y lo vio alzar el cuchillo con la otra mano. Entonces luchó
desesperadamente, pero Jeff lo dominó sin usar el cuchillo, y estando encima de
él le tapó de nuevo la boca, levantó el cuchillo y dijo: “Shhhhhhh, shhhhhh, ve
a dormir”. Esas fueron las últimas palabras que Liu y muchos otros escucharon
de Jeff, antes de que todo se tornara negro y fueran a dormir, a dormir para
siempre…
.